“Cuenta
una leyenda de la mitología griega que Narciso era un joven muy hermoso. Todas
las doncellas se enamoraban de Narciso, más él las rechazaba. Entre las jóvenes
heridas por su amor estaba la ninfa Eco, quien había disgustado a Era y por
ello ésta la había condenado a repetir las últimas palabras de aquello que se
le dijera. Eco, por vergüenza, fue incapaz de hablarle a Narciso de su amor,
pero un día, cuando él estaba caminando por el bosque, acabó apartándose de sus
compañeros.
Cuando
él preguntó: ¿ Hay alguien aquí ?, Eco respondió: Aquí, aquí. Incapaz de verla
oculta entre los árboles, Narciso le gritó: Ven. Después de responder: Ven, Eco
salió de entre los árboles con los brazos abiertos.
Narciso
cruelmente se negó a aceptar su amor, por lo que la ninfa, desolada, se ocultó
en una cueva y allí se consumió hasta que sólo quedó su voz.
Como
castigo a Narciso, Némesis, la diosa de la venganza, hizo que se enamorara de
su propia imagen reflejada en una fuente.
En una
contemplación absorta, incapaz de apartarse de su imagen, acabó arrojándose a
las aguas.
Y fue
allí donde nació una de las más hermosas flores que existen en el firmamento.,
el Narciso, justo en el lugar donde su cuerpo había caído moribundo.”, pasaje
extraído del libro: “Leer la mente… o casi”, de Beatriz Vilas.