¡Qué contrasentido!
Cuando se nos escapa el tiempo de las manos es un síntoma de felicidad. Cuando nos aburrimos y estamos deseando que algo termine, ocurre lo contrario. Cuando nos aborda un deseo de que se pare el tiempo, en realidad se trata de una interrupción del fluir placentero. Parece que la propia toma de conciencia del fluir interrumpe el proceso. ¡Qué lío! ¿No? Parece como si ser feliz consistiera en serlo sin darse cuenta. Los efectos de los episodios puntuales de felicidad acaban diluyéndose en el tiempo. Pero quedan los recuerdos, las imágenes indelebles a las que podemos recurrir en cualquier momento. ¿Es preferible una continuidad inconsciente? ¿Es la felicidad duradera un ejercicio permanente de hibridación entre gratos recuerdos y conquista de sueños?
Existe una variable que parece permanente en todos los episodios: la interacción con otros seres animados. ¿O ni siquiera eso es imprescindible? ¿Tiene sentido hablar de felicidad al margen de la relación con un colectivo? ¿Tienen algunos animales la capacidad de experimentar sentimientos semejantes? ¿No son claros indicadores el reconocimiento social, o la mera satisfacción de haber participado en algo útil al otro? ¿Es la vida felicidad en sí misma?