En general, el ser humano es por naturaleza un poco vaguete, procrastinador.
A pesar incluso de la experiencia y sabiduría popular que nos han legado expresiones como: "No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy".
Entre otras cosas por miedo al rechazo que puede suponer tratar de alterar estas actitudes en los demás.
De ser la oveja negra en el pulcro rebaño de relucientes congéneres bien blancas.
Ese miedo que tan bien saben utilizar algunos para alcanzar sus objetivos maquiavélicamente.
También nos regala el refranero otras recomendaciones como: "Agua que no has de beber, déjala correr", "Las prisas son malas consejeras", "Vísteme despacio que tengo prisa", y tantas otras.
Claro, tantos consejos tangentes, secantes, e incluso repelentes ente sí, nos pueden llegar a crear confusión.
La Naturaleza tiene sus propios medios de autoreparación de algunos defectos y determinados problemas se pueden resolver por sí solos con el paso del tiempo. La paciencia en estos casos puede ser un buen consejero.
Pero hay otras cosas que requieren acción inmediata a riesgo de que deriven en consecuencias totalmente diferentes y opuestas a nuestras intenciones.
Por una ventana rota pueden entrar viento, lluvia, frío, animales, piedras y otros visitantes indeseados.
Gestionar con habilidad el sentido común, la buena fe, la honradez, la empatía, la compasión y tantas otras virtudes nos pueden dejar, como mínimo, una conciencia reposada.