Todavía recuerdo que la madre de un amigo, quien era muy rica, siempre llegaba a la conclusión de que el dinero era malo. Yo me preguntaba por qué si pensaba eso, no daba todo su dinero a la iglesia a la que asistía.
No sabía si querer ser rico era contrario a Dios. Incluso me preguntaba si los pobres iban al Cielo y los ricos no. Esta confusión entre Dios y el dinero me atormentaba. La respuesta la encontré en un campamento de verano organizado por la iglesia, cuando llevaron a un joven ministro para la juventud. Todavía recuerdo el día que llegó al campamento. Los líderes de mayor edad quedaron boquiabiertos al verlo llegar con una guitarra colgada a la espalda, pantalones de mezclilla, playera y botas vaqueras. Debe tomarse en cuenta que esto ocurrió en Hawai a principios de los sesenta, y los únicos que vestían así eran los delincuentes juveniles de las películas. Por supuesto, a los muchachos les agradó inmediatamente.
En vez de sermonear y decirnos qué hacer y qué no, el joven ministro nos hizo cantar y bailar. En vez de enseñarnos a sentirnos avergonzados o culpables, nos enseñó a sentirnos bien con nosotros mismos.
El ministro principal de la iglesia tenía la apariencia de un fríjol seco y a menudo nos advertía sobre los peligros potenciales de la carne. Así, cuando llegó el joven y alegre ministro, la tensión entre ambos se hizo evidente. Durante una de nuestras fogatas nocturnas formulé algunas de mis típicas preguntas sobre el dinero. El ministro mayor afirmó que: “El amor al dinero era el origen de todo mal”, y que: “Era más fácil que un camello pasara por el ojo de una aguja que un rico entrara al Cielo”. Sentí que mi espíritu se hundía y me sentí culpable por querer ser rico.
El ministro joven tenía una perspectiva distinta del tema. En vez de despotricar contra el dinero nos contó la historia del hombre rico y sus tres sirvientes, conocida como la parábola de los talentos, que aparece en el evangelio de Mateo. Antes de salir de viaje, el hombre rico dio a sus siervos dinero (talentos). A uno le dio cinco talentos, a otro dos y al tercero uno.
El siervo que recibió cinco talentos inmediatamente se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco; el que recibió dos talentos ganó dos más, y el que recibió uno, cavó un hoyo en el suelo y lo enterró.
Al regresar del viaje, el hombre rico dijo a los siervos que había duplicado su dinero:
“Bien hecho, siervo bueno y fiel. En lo poco me has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”.
En esta parte de la historia, el ministro joven dijo:
—Fíjense en las palabras “entra en el gozo de tu señor”. ¿Qué creen que signifiquen?
Varios aventuramos respuestas hasta que una joven dijo:
—Nuestro señor quiere que seamos ricos. ¿A nuestro señor le alegra que seamos ricos, cuando compartimos en este mundo de abundancia?
El joven ministro sonrió pero no respondió, y dijo:
—Permítanme leerles lo que dijo el siervo que enterró su talento.
Diciendo esto, puso a un lado la guitarra, abrió su Biblia y leyó la respuesta del siervo:
“Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste. Por eso me dio miedo, y fui y escondí en tierra tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo.”
El joven ministro alzó la vista para ver si seguíamos escuchando y dijo:
—El siervo afirmó que su señor era un hombre duro y que por eso no hizo nada.
—¿Quieres decir que culpó a su señor? —preguntó la misma joven.
El joven ministro de nuevo sonrió y leyó la respuesta del señor: “Siervo malo y perezoso.”
—¿El señor lo llamó malo y perezoso? —preguntó otro de los que estaban alrededor del fuego—. ¿Porque no multiplicó su dinero? ¿Quieres decir que lo llamó malo y perezoso porque no multiplicó su dinero?
El joven ministro sólo sonrió y continuó leyendo: “Sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí; debías, pues, haber entregado mi dinero a los banqueros, y así, al volver yo, habría cobrado lo mío con los intereses. Quitadle, por tanto, su talento y dádselo al que tiene los diez talentos”.
—Entonces, ¿el señor recompensó al siervo que ganó más dinero? —dije yo.
—¿Acaso es eso lo que entiendes? —preguntó el joven ministro.
—Eso me parece —dije—. ¿Eso significa que mientras más dinero gane, más recibiré?
El ministro joven sólo sonrió y rasgueó su guitarra suavemente.
—¿El señor de esta historia es Dios —preguntó otra joven—, y nosotros los siervos?
—¿Dios recompensa más a los ricos que a los pobres? —preguntó otro más.
—Si dios es el señor de la historia, ¿Dios recompensa al rico y castiga al pobre? —preguntó el joven que estaba sentada a mi lado.
Para entonces, el ministro mayor movía la cabeza de un lado a otro preguntándose cuándo terminaría aquella conversación. El ministro joven sólo rasgueaba su guitarra, dejando que nuestros pensamientos se arremolinaran en nuestras cabezas, permitiéndonos decidir acerca de la enseñanza de la parábola. Finalmente, mientras el fuego crepitaba y el humo se dispersaba en la noche, preguntó:
—¿Qué nos dice esto sobre quienes tienen dinero y sobre quienes no lo tienen?
—¿Que quienes no tienen dinero son flojos? —preguntó un joven sentado frente a mí, al otro lado de la fogata—. ¿O que quienes no tienen dinero son malos?
—No, eso no significa —dijo alguien más—. Eso sería demasiado cruel. El mundo está lleno de personas pobres.
—Pero, ¿qué hay de las palabras “entra en el gozo de tu señor”? ¿No significa eso que la riqueza da felicidad?
—No, eso no significa —gritó otro joven campista—. Mis padres dicen que los ricos no son felices, que sólo los pobres y los buenos pueden ir al Cielo. Dicen que el amor al dinero es el origen de todos los males.
—Muy bien, muy bien —dijo el ministro joven para calmar la discusión que empezaba a caldearse—. Déjenme terminar la lectura.
Dejando su guitarra a un lado, terminó la lectura: “Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.”
El fuego crepitaba en el silencio. Nadie dijo nada. Ambos ministros, el joven y el mayor, permanecieron callados.
—¿Eso significa que los ricos serán más ricos y los pobres más pobres? —preguntó una joven.
Ninguno de los ministros habló.
—Eso sería injusto —añadió la joven—. Dios debería dar a quienes no tienen nada; debería ser generoso con los pobres.
—Sí, sería justo —dijo otra persona—. Es terrible decir que “a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará”.
—¿Esto significa que los perezosos son malos? —preguntó una voz suave desde la oscuridad—. ¿Por eso aun lo que tienen se les quitará?
La conversación alrededor de la fogata continuó hasta que el fuego se consumió.
Vertiendo agua sobre los carbones, el ministro joven dijo: “Hora de acostarse. Todos deben hallar sus propias conclusiones acerca de la parábola. Algunos seguirán pensando que el dinero no es importante; otros pensarán que los ricos son malos o que los pobres tienen más posibilidades de ir al Cielo. Sea cual sea, la conclusión a la que lleguen determinará el resto de sus vidas.”
Aunque tal vez no haya comprendido el significado cabal de la parábola, sí entendí que el señor dio el dinero a quien lo había multiplicado; también que el señor había creado a partir de la nada. En otras palabras: era creativo y la creatividad es infinita, por lo que el dinero es infinito, abundante. Y ser creativo y tener abundancia era el gozo del señor.
En cuanto a lo que ocurre a quienes no multiplican su dinero y por qué se les quita lo poco que tienen, no estoy seguro del significado. Tengo mis dudas. Sin embargo, las palabras que el ministro joven dijo aquella noche me parecieron convincentes: la conclusión a la que llegara afectaría el resto de mi vida.
En mi opinión, nuestra tarea principal es lograr que la vida en la Tierra se parezca lo más posible a la vida en el Cielo.
La diferencia entre Dios y el oro:
Mi padre rico me enseñó la diferencia entre Dios y el oro: “Si quieres parecerte a Dios y convertir cualquier cosa en oro, debes conocer la diferencia entre Dios y el oro”. Y añadió: “La diferencia entre Dios [God] y el oro [gold] es la letra ‘l’. La ‘l’ significa perdedor [loser], saqueador [looter], pésimo líder [lousy leader] y mentiroso [liar]. Si no eliminas estos calificativos de tu carácter nunca adquirirás el toque de Midas: la
capacidad de convertir todo lo que toques en oro”.
Extracto de "Queremos que seas rico" de ROBERT TORU KIYOSAKI y DONALD JOHN TRUMP.
¡LLÉVATE BIEN CON EL DINERO!