Todos nos movemos por interés. Prestamos atención a unas cosas
e ignoramos otras. Incluso delante de nuestras narices, somos incapaces de
verlas si no nos interesan. Cada uno tiene su propia vara de medir. Cada uno es
libre de elegir lo que le interesa y lo que no.
Al mismo tiempo somos seres sociales y estamos condenados a
vivir en comunidad. Se nos hace ineludible buscar y encontrar intereses
comunes. Es la única forma de progresar.
Hace años, en un curso sobre negociación, nos plantearon el
siguiente ejercicio:
Ha habido una hecatombe nuclear. Sólo queda una naranja sin
contaminar. A la vista de la misma, dos personas enfrentadas tienen que
negociar su posesión. Cada una de ellas ha recibido instrucciones ocultas para
la otra. Su disputa es cuestión de vida o muerte para las partes.
No hubo acuerdo, con la trágica consecuencia para los dos.
A continuación se leen las instrucciones recibidas por cada
uno:
1º Tu hijo está contaminado y sólo se puede salvar con el
zumo de la naranja.
2º Tu hijo está contaminado y sólo se puede salvar con la
piel de la naranja.
¿Trágico, no te parece?
Nos han acostumbrado a ocultar nuestras verdaderas intenciones
cuando se trata de conseguir determinado objetivo. Pero esta táctica no siempre
funciona, y a veces cuando se nos plantean abiertamente ciertas cuestiones, no
sólo no damos crédito, sino que ni siquiera prestamos atención. Desconfiamos. Estamos
contaminados. ¿Condenados a la extinción? ¿O condenados a la colaboración?
¡Abre tu mente, observa, escucha, analiza, valora y toma tus
propias decisiones!
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