Uno de los grandes negocios del momento es la clásica formación profesional. Mucha gente pretende vivir de ella, tanto en el sector público como en el privado. Dudo que los alumnos vayan a ser capaces de sacar partido a la mayor parte de los esfuerzos en esta línea. Nos hemos convertido en coleccionistas de títulos como si éstos fueran a garantizarnos el porvenir que creemos merecer. Claro que es buena la formación, cuanta más mejor, si es de calidad, está alineada con las aptitudes y actitudes de cada persona, y está bien orientada a su fin último que es la capacitación para el ejercicio de determinada profesión. Lo demás es sólo eso, un negocio.
Acabada la etapa formativa tradicional toca lanzarse al desconocido mundo laboral. Los novatos no se dan cuenta de sus particularidades coyunturales. Algunos veteranos, alertados por su experiencia, que sólo el tiempo puede proporcionar, les avisan por activa y por pasiva de que el mercado es cada vez más competitivo, que los buenos empleos son cada vez más escasos y peor remunerados, que la estabilidad y seguridad de los mismos se convierten en una quimera, que a fin de cuentas lo verdaderamente importante es que sean capaces de vender su carácter diferencial.
A lo largo de nuestra vida todo el mundo se ha encargado de vendernos algo en esta economía consumista en la que nos ha tocado lidiar, pero ¿ quién nos ha enseñado a vender ? Ésa es la asignatura pendiente que va a marcar la diferencia entre el apto o no apto en el ruedo de verdad, ése en el que muchos títulos están de más.
Lo que demanda y demandará siempre una economía de mercado, cualquiera que sea el sector de actividad, incluso imprescindible para cualquier profesional liberal, es una buena formación en ventas adaptada a cada especialidad. ¿ Creamos escuela ?
Cuanto antes, empieza a practicar.